Este ensayo corresponde a una parte de otro más largo que podría llamarse «Algunas reflexiones sobre el arte de educar». Surge como fruto de una larga dedicación al trato con gente joven en ambientes escolares y en otras instituciones juveniles, en medios urbanos y rurales. Es consecuencia también de una inquietud compartida con muchos educadores y personas cercanas a los ambientes educativos sobre la formación de los adolescentes. Hoy parece que se ha perdido la brújula que indica el camino por donde hay que ir para llegar a las metas en la formación de las personas. Con esta iniciativa tratamos de encontrar los lineamientos que nos puedan conducir con más acierto a los objetivos que nos proponemos y que deben responder a la realidad de lo que tiene que ser el educando.
El primer capítulo es un análisis sobre la informalidad y las consecuencias que de ella se derivan en los campos de la educación: en el funcionamiento de los colegios, en la conducta de los profesores, en la situación de los hogares y en los modos de pensar de los adolescentes. Pensamos que la lucha contra la informalidad es una batalla que se debe ganar para que mejore todo el sistema educativo.
Se sugieren algunos criterios que deberían tenerse en cuenta en los colegios para poder formar con mayor eficiencia a la gente joven. Se ha puesto mucho énfasis en el tema de la amistad, porque consideramos que sin ella sería muy difícil tener éxito en la formación de las personas. Se ha procurado distinguir bien lo que es una auténtica amistad y lo que son los acercamientos que vemos hoy entre la gente y que llevan el cartel de amistad, aunque esta no exista realmente.
Al hacer estas consideraciones hemos tenido en cuenta las ideologías que presionan los ambientes (relativismo, positivismo…) y los sistemas de vida actuales (informalidad, permisivismo…) que están cargados de un activismo desmedido que perjudica la formación de las personas.
En el segundo capítulo nos propusimos llegar al tipo de líder que debe predominar en los ambientes educativos, para formar bien a los alumnos. La sociedad de hoy está llena de líderes. A la educación le toca señalar las pautas que debe tener un auténtico líder.
No hay que entender el liderazgo como una oportunidad de poder y de mando, sino más bien como una invitación al sacrificio y al servicio a favor de los demás, en los temas profundos de la vida. Es importante la integridad y unidad de vida de una persona para que pueda liderar en los ambientes educativos.
En el tercer capítulo tocamos el tema del ambiente, que es un factor importante para tener en cuenta en la educación. Los sistemas de vida y las costumbres no se pueden minimizar. Los agentes educativos deben acercarse a la realidad social para tener en cuenta las formas de vivir de las sociedades actuales y ver los cambios necesarios que hay que procurar para lograr ambientes educativos idóneos. El mundo globalizado tendría que ser consecuencia de la interconexión de los valores más profundos del ser humano, rescatados por la educación. La educación tiene un papel fundamental para cambiar y mejorar la sociedad.
El cuarto capítulo está dedicado a la cultura, a la estética y al arte como pilares fundamentales de la educación. En una sociedad relativista, donde la estructura de los valores tradicionales tambalea, es difícil delimitar los hitos para lograr un sólido planteamiento educativo en el campo de la cultura.
El arte y la cultura traen, con la tradición, los valores permanentes que son útiles para elevar el nivel de los educandos. Pero es necesario antes delimitar bien los campos para trazar la frontera y cercar lo que es realmente cultural. No todas las expresiones de un hombre o una sociedad pueden calificarse como de cultura.
Las actividades que se organicen en el colegio deben ser siempre formativas y de nivel cultural. El término cultura no es sinónimo de diversión o entretenimiento. Cultura significa cultivo en general, especialmente de las facultades humanas.
El nivel cultural exige un nivel de virtudes en los artistas y en las personas que participan de una actividad relacionada con el arte. Los ambientes alrededor del arte deben ser de fortaleza y trabajo. Las actividades artísticas son una ayuda para la disciplina y la capacidad de concentración. Es también arte la belleza del buen vivir, que tiene que ver más con la conducta y las buenas costumbres de las personas.
El quinto capítulo está dedicado a dos temas claves para una buena educación: la libertad y la verdad.
En el mundo contemporáneo, donde se ha extendido el relativismo, el término «libertad» se confunde con el de independencia o de autonomía. Es libre el que decide hacer de su vida lo que le da la gana (siempre y cuando no atropelle a otro) y el que tiene muchas posibilidades de opción. Según esta concepción, la verdad perdería su sitial. Entonces ya no se la debería considerar como fundamento básico para una elección. Si se sigue con esta mentalidad, se llega fácilmente, según el Papa Benedicto XVI, a la «dictadura del relativismo». El hombre individual se convierte en un dictador. Tendríamos en la sociedad una pugna de dictadores y de dictaduras.
Para que la persona sea auténticamente libre, hay que rescatar el amor a la verdad. Solo la «verdad nos hará libres» y educar a la gente corrigiendo los desórdenes que causa la mentira. Al margen del pecado, con las situaciones que claman al Cielo, la falta considerable de una jerarquía de valores adecuada (excesos de placer, satisfacción, entretenimiento, deporte, ciencia ficción, imaginación…), es lo que se percibe en muchos ambientes; o sea, una pérdida de tiempo considerable.
Es necesario advertir que, cuando se trata de educación, hay que ver todo lo que es corregible. No es pedagógico detenerse frente a una irregularidad y decir que es lo normal (permisivismo), y que como todo el mundo lo vive así no pasa nada y que, incluso, en otras épocas ocurría lo mismo. La sociedad de hoy siempre busca y encuentra justificaciones porque le puede mucho la «cultura de la tolerancia». A casi todos nos gusta sentirnos tolerantes y comprensivos (bajando un poco las exigencias). Muchos se jactan de tener esa actitud como si fuera una virtud importante del momento.
Los consejos del padre de familia o del educador deben tener un nivel muy alto (no deben ser los consejos del permisivo «buena gente»). No quiere decir tampoco que sean consejos duros y fuertes. Los consejos deben ser consecuencia de alguien que ama la verdad y la libertad de las personas. Un consejo realista y claro, dicho con verdadero cariño, por el bien del que escucha. Un consejo así (que sale del fondo del ser de la persona) contribuye a la libertad (la conquista del mejor bien).
No hay que olvidar los aspectos sobrenaturales que están cerca del hombre y son para el hombre (la ayuda de la gracia). El creyente que usa estos medios no es un simple aficionado a un tipo de sistema alternativo. Está convencido de la eficacia de estos medios (por su misma fe) y de que son útiles para todos los hombres. Su mismo amor le impedirá imponerlos a la fuerza; su actitud será de respeto a la libertad. En cambio, a través de su conducta, llena de amor y comprensión, encontrará los acercamientos adecuados para persuadir a las personas en el buen camino.
La educación no debe olvidarse de las nuevas técnicas de comunicación para la transmisión de la verdad en todo el mundo. Se deben encontrar los modos de modernizar rápidamente los sistemas educativos en cuanto a los medios técnicos, ya que pueden ser sistemas mucho más eficaces para transmitir los criterios educativos y lograr una mejor organización.
El sexto capítulo, dedicado a la unidad, es como la conclusión de este trabajo, porque es la meta hacia donde debe apuntar todo el quehacer educativo. Si no estamos unidos, estamos perdidos.
Estar unidos no significa solo no estar peleados. En esta sociedad atomizada, los seres humanos nos damos las espaldas sin darnos cuenta. Sucede a menudo en las grandes ciudades: se vive cerca, incluso se está aliado, y los mundos de cada uno son completamente diferentes. No hay una comunicación fluida y más amplia porque faltan acercamientos.
Aún no se llega a la conciencia plena de los daños que ocasiona el individualismo y el alejamiento de los demás.
El que prefiere ir solo por la vida va construyendo, sin querer, una muralla a su alrededor. En algunos hogares, las personas que trabajan en sitios distintos llegan a la casa solo para dormir y volver a salir. No existe un interés por el trabajo del otro, o por sus amistades. No hay temas interesantes de conversación y, si a esto se suma el tiempo dedicado a la computadora o a la televisión, ya tenemos a la familia totalmente aislada y distanciada.
La educación debe advertir este peligro y orientar a las personas para que busquen acercarse entre ellas. Primero en los hogares y después en los trabajos.
En los colegios puede pasar lo mismo si cada uno cree que lo normal es trabajar en su «trinchera» sin sacar demasiado la cabeza. También entre los profesores, cuando cada uno está metido en sus encargos y tareas y ve lo de los demás con respeto, pero como algo ajeno y lejano.
Tampoco es correcto que un colegio se encierre entre sus muros para trabajar aislado de las demás instituciones educativas.
Los profesores deben participar de la cultura de la educación, que no se obtiene solo por los libros sino por la relación con la actividad educacional de un país, junto a otros colegios. Es estar presentes en los foros educativos con un aporte de valor y calidad.
Este capítulo es una toma de conciencia y un esfuerzo para proponer iniciativas que apunten a la unidad.
En la sociedad actual, no hay duda de que es necesario buscar la «unidad» en la diversidad. Nadie está obligado a abandonar su personalidad, pero todos debemos buscar los puntos de encuentro.
Si se tiene en cuenta el campo sobrenatural, la unidad se consigue a través de la caridad. La caridad es, en definitiva, el amor a los demás por el bien de los demás.
Lo que da unidad no es el egoísmo sino el amor.