No es fácil hacer de prologuista, tomar en serio la faena de analizar y comentar las partes o el todo de un libro. las pocas veces que tuve que vivir estos apuros, no sé como resolví el problema, ni cómo hice la tarea y tampoco supe, si los prologados me perdonarían lo que dije acerca de la obra, o lo que olvidé afirmar en parte o en conjunto.
Ahora debo absolver la prueba a que me somete Manuel Tamayo, con el relato que ha escrito y que, con el título de NURI me ha entregado en originales, para que yo cumpla con ese cometido.
Porque Manuel Tamayo, es un joven sacerdote y descendiente de una familia limeña de escribidores; los ha habido y los hay entre ellos, poetas y escritores de notable facultad y destacada presencia en la tarea intelectual.
Y este caballero, dotado de vocación inminente y poseedor de ese temperamento que convocó a sus antecesores en el quehacer literario, ha escrito esta novela, en donde el personaje principal y ejecutante de todos sus movimientos es NURI, que, como lo describe él mismo, es «un burrito joven que ha pasado ya los tormentos de la adolescencia y puede pensar como mayor con la fuerza de su juventud».
El mismo sujeto lindamente humanizado, no hace pensar en el PLATERO, ellirico burrito, de la fina invención que, para los niños ideó el poeta Juan Ramón Jimenez, con la diferencia de que NURI desempeña un trabajo distinto, un papel importante en el estudio de la sociedad, un «modelo humano» que Tamayo, ha creado para una misión dentro del contexto de la vida presente del pueblo peruano, en los diferentes estamentos de la problemática social que nos circunda.
Y Nuri es tan sencillo y se nos hace tan familiar que nos parece haberlo conocido en alguna estancia de nuestra tarea cotidiana. Dejó espontáneamente la esplendidez de sus campos, para llegar al pueblo de algún lugar y pasar, más luego a probar suerte en la ciudad; para estudiar, su peregrinaje de curioso investigar, las costumbres, las modalidades, los argumentos y conducta que cada quien tiene entre las gente de la urbe inquieta, acelerada, convulsiva, rodeada de conflictos, en contraste con la bíblica belleza del campo y la dulce placidez de su pueblo.
Yendo de un lado para el otro, nuestro personaje en audiencia se da con la realidad del medio y la conducta y los sentimientos que norman el parecer de la ciudad, dolorosa comprobación; el mal en muchas formas se le presenta al igual o parecido al color de las casas. Mucho hay en el relato, que el lector sabrá apreciar mejor que yo y que no alcanzo a explicar.
Para el lector será fácil seguir el pensamiento de Tamayo, ayudado por el estilo con que se desarrolla el argumento, de este hermoso relato. Por mi parte he vivido el goce que proporciona su lectura, en esta tentativa e interesante obra de mi joven amigo. Que el porvenir diga lo que le toca en parte haciendo justicia.
Nicanor de la Fuente
NIXA
Chiclayo, 1993