Según Dámaso Alonso: «Si la poesía no es religión, no es poesía. Directísimamente o indirectísimamente busca a Dios». Si esto es así, y así lo es, la oración resulta un sucedáneo de la poesía, o ella misma, de allí que hayan llegado a confundirse con frecuencia, o mejor, a confluir, como el cauce de dos ríos, ya que el verbo fue el primer elemento de la creación, antes de la luz, convertido en salmo, en oración. Los místicos han cavado mucho en este concepto y se han valido de la poesía para cantar a Dios, ya que ésta se acerca, se confunde con el Supremo Hacedor. San Agustín se preguntaba: «¿Será la poesía una de las formas del ilusionismo que caracteriza la verdadera expresión de lo divino?» Concepto recogido y recreado por Apollinaire al decir «que los que viven entregados a la poesía no buscan ni aman otra cosa que la perfección, que es Dios mismo». Por eso es que Jean Cocteau fue terminante al decir: «PORQUE LA POESÍA, DIOS MÍO, ERES TÚ».
Los poemas-oración del Padre Manuel Tamayo, que generosamente me ha confiado para ponerles una nota de presentación, están construidos en suaves romances que se confunden con la oración; siendo, a su vez, meditación, ruego, exaltación, entrega. La palabra se amolda como el elixir al recipiente de cristal, o como el vino consagrado al cáliz de oro del Sacramento para llegar al espíritu del hombre.
No soy crítico literario para pronunciarme sobre esta original poesía, mitad romance y mitad oración; apenas soy un «dilettante»; pero esta facultad, la del crítico, no es imprescindible cuando se persigue, como sucede en este caso, el aroma del amor divino, ya que no se precisa otra cosa que no sea entrañable intimidad de ser mortal con Dios, pues quien expresa su pensamiento-sentimiento, «esa toma de contacto con las zonas oscuras del yo», en frase de Celaya, de verdad produce «directísimamente» esa esencia que es la poesía y no la simple literatura.
Bienaventurados sean los que hacen poesía porque han sido iluminados por Dios y benditos los que hacen de la poesía una oración; ambas están, como ya lo dijimos, «en franca relación de amor». Ese es el caso del autor de «LOS CANTOS DEL SÍ A DIOS», libro que saludamos fraternalmente.
MARCO ANTONIO CORCUERA